Al hablar de Egipto muchas veces llega a nuestra mente la imagen de las pirámides de Keops, Kefrén y Micerino. Estos nombres corresponden a faraones (antiguos reyes egipcios) que mandaron a construir majestuosas tumbas para que allí fuesen enterrados, junto a sus pertenencias y esclavos.
La idea de la trascendencia después de la muerte ha sido uno de los rasgos más estudiados de la civilización egipcia. Todo el proceso de momificación gira en torno a la posibilidad de migrar a otra vida, para lo cual contaban con Anubis, un dios con cuerpo humano y con cara de chacal o perro, que se preocupaba de los muertos.
Hace menos de un siglo, el arqueólogo Howard Carter descubrió una de las tumbas más espectaculares que se hayan encontrado, pues a pesar del paso del tiempo los saqueadores no lograron despojarla de la riqueza que guardaba. Allí se encontraba el cuerpo embalsamado de uno de los faraones más jóvenes del período conocido como Imperio Nuevo. Aquel faraón se llamaba Tutankamón, que ascendió al trono a los doce años y que falleció seis años más tarde.
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